A lo largo de esta semana, la verdad, he implementado algunos cambios que tenia pendientes desde hace tiempo, en especial desde que puse en marcha el NAS. La primera, y más importante, ha sido el abandono de Last.fm y su posterior intercambio por listenbrainz. En esencia es lo mismo, pero presenta varias cuestiones diferenciales que me parecen muy reseñables. En primer lugar, se trata de un proyecto mantenido por la comunidad, por tanto ajeno al lucro, y, por otro lado, presenta muchas facilidades a la hora de integrarse en casi cualquier situación de escucha. Otro punto a su favor es que permite ver y utilizar todas tus gráficas y estadísticas, sin necesidad de suscribirte a nada, se integra con la base de datos de musicbrainz, también libre, y tiene un sistema propio de criticas bajo el nombre de critiquebrainz. Este ultimo aspecto, como es lógico, palidece frente a otros servicios como rateyourmusic, pero no deja de ser interesante tener diferentes puntos de vista al alcance. Aunque lo que más me ha convencido es que presenta una completísima utilidad para rastrear novedades y mantenerse al día con el flujo de publicaciones, algo que no había conseguido desde que me salí del mundo del streaming. Ni RYM, ni Bandcamp me habían permitido tener una foto fija precisa y certera de lo que iba saliendo.
En otro orden de cosas, este jueves se inauguró a mi temporada de conciertos personal, con el directo de Melenas en el 16T, dentro de la iniciativa Girando por Salas. Nada mal para ir abriendo boca. El concierto, en si, duró alrededor de una hora y, superados los tradicionales problemas de sonido iniciales, despegó con la intensidad y el saber hacer que se espera de la banda. A mi juicio, Melenas están llamadas a ser uno de los grandes nombres de la música en castellano aunque creo que les queda un poco de rodaje. Aun a pesar de grandes fiascos como el de La Bohemia de Castellón del otro día conviene no perderlas de vista, en cualquier momento sacarán un disco incontestable. Esta semana, continuamos con el concierto de mi queridísimo Robert Forster y, en quince días, el de Jeff Rosenstock. Ya os contaré que tal, porque tengo muchas expectativas puestas en estos conciertos.
Por lo demás, en general, esta semana se divide entre antes de sentarme a escuchar Super 8 y después. Desde el mismo momento en el que me lo puse, supe que estaba frente a un disco mayúsculo. Hacia muchísimo tiempo que no experimentaba nada tan extremo y tan real con un disco, los pelos como escarpias. Enseguida hablo de el, que me muero de ganas. Antes, había estado dándole fuerte al disco de Shellac, al de Dead Kennedys. Aunque he estado escuchando otras cosas que irán apareciendo en siguientes entregas como es el de Beth Gibbons, el de Daga Voladora, el de Maruja, el Safe as Milk de Captain Beefheart y algunas otras cosas de semanas pasadas como Ufomammut, Ulcerate, Samlrc o Psychocandy. Sin embargo, para este informe quería introducir una pequeña reflexión en torno al hecho de escuchar y reescuchar determinados discos.
A veces, hay algo mágico en recuperar sonidos de épocas anteriores. Al volver, uno tiene la oportunidad de cambiar el foco de atención, el punto de vista, y ser consciente no solo de lo que le gusta, también de lo que no te gustó en su momento. Pero, sobre todo, lo apresurado o no de aquel juicio, lo acertado que pudo ser, analizado desde la perspectiva de los año que pasan y de la experiencia que se ha ido adquiriendo. A mi, que me suelo equivocar mucho, es un tema que me obsesiona. Es habitual que, discos o propuestas que en su momento me horrorizaron, con el pasar de los años me parezcan increíbles y viceversa. Por esta razón, disfruto infinito este tipo de ejercicios que me permiten poner orden, rellenar huecos y, sobre todo, extirpar todo lo que sobra que, casi siempre, es demasiado.
Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que, a la hora de posicionarse frente a un disco, de tomar una decisión sobre el artefacto en si mismo, existen fundamentalmente dos acercamientos. Hablo, por supuesto, de acercamientos que no parten de un análisis de la técnica o la calidad de las propuestas en términos musicales, dado que la mayoría de nosotros y nosotras, carece de dicha formación y, en ultima instancia, si bien es cierto que importa, no siempre es el elemento más interesante a la hora de juzgar un álbum. Hay discos técnicamente nefastos, pero verdaderamente increíbles y esto es algo que nunca deberíamos perder de vista. Mejor si está bien tocado, si, pero no hay que dejarse llevar por el fetichismo audiófilo.
El primer enfoque, yo creo que el más común, tiende a una relación racional con lo que escuchamos, uno que se basa en lecturas, en curadores y en todo el aparataje de prescripción sobre el que se sustenta la industria musical. De esta forma, la relación se establece a través de elementos que se encuentran fuera de uno mismo y del disco y se sitúan en un terreno estrictamente racional y consciente. No hay que llevarse a engaño, esto no quiere decir que sea algo negativo. Es más, es muy posible que siguiendo a los medios adecuados (entendiendo adecuados como afines a nuestros propios gustos) encontremos propuestas de lo más interesantes. Sin embargo, encierra un peligro cuyo impacto puede, en los casos más extremos, alejarnos definitivamente de lo que nos gusta y, en ultima instancia, suplantarlos por sonidos que están de moda o con intenciones espurias. En este punto es importante mencionar que espurio no implica intencionado. No hay una lógica de dominación de las elites de nada, solo la voluntad de explotar económicamente determinadas propuestas, mas que otras
El segundo, del que yo soy mucho más partidario, para por practicar un enfoque que tenga el componente emocional de la música y la experimentación orgánica, véase en nuestras propias carnes, como el centro de la relación con el artefacto. Para mi, es la única manera de no equivocarse nunca: abrazar la verdad de nuestra propia percepción, de aquello que nos mueve un disco es siempre la mejor opción. Aunque llegar a autoafirmarse, saber cuales son los aspectos que nos gustan, cuales no y que es lo que de verdad apreciamos en una propuesta concreta, es un camino que no siempre es sencillo de recorrer y requiere muchas horas de dedicación, reflexión y, sobre todo, de escucha. Además, hay que asumir que es variable y que no siempre aguanta el paso del tiempo.
Mi objetivo, el que fundamenta la aparición y creación de tinkernet, pasa por aportar mi granito de arena al desarrollo de este tipo de acercamientos, por compartir que existen otras maneras de escuchar y, sobre todo, que no todo nos tiene que gustar a todos. Más allá de las playlists, de lo identitario, del streaming, de las escenas y, porque no decirlo, de los prejuicios de cada uno mismo, hay verdaderas maravillas esperando para ser descubiertas y disfrutadas. Para mi, liberarme de la mayoría de los condicionantes que se construyen sobre el acto de escuchar música, abandonar el streaming y construir una relación consciente, emocional y profunda con las cosas que me gustan, ha sido un viaje tan increíble, como transformador y que, espero, no se termine nunca. Puede que sea más incomodo, pero la recompensa es mucho más interesante.
#33: Dead Kennedys - Fresh Fruit for Rotting Vegetables (1980)
Pues bien, todo este rollo me sirve de introducción para explicar lo que me ocurre con Fresh Fruit for Rotting Vegetables. Las bondades del mismo, son de sobra conocidas. Su carisma y su potencia son notorias y su posición en el imaginario colectivo indiscutible. No solo por su propio sonido, es el gran punto de partida del punk de California y uno de los pilares más importantes del sonido de bandas como The Offspring o Green Day, también por la omnipresencia de Jello Biafra, cantante del grupo, y su compromiso con el DIY, la absoluta independencia y, sobre todo, una ideología progresista militante y combativa. Podría acabar la reseña aquí y todos los highligths quedarían establecidos.
Pero no estaría dando una respuesta a aquello que hace del debut de Dead Kennedys todo un logro y una pieza única, testigo de una época creativa que no se volverá a repetir. No podemos perder de vista que el disco se publica en el año 80, justo unos años antes de la eclosión definitiva del ethos independiente norteamericano del que serán una de los referentes más importantes. Su figura como dinamizador de la escena punk en la zona oeste y nodo incansable en todo lo que tiene que promoción y la logística de los conciertos explican, con creces, la veloz expansión del punk y el hardcore, junto a nombres como Black Flag y, posteriormente, Hüsker Dü, entre otros. Azerrad da buena cuenta de su actividad en el libro Nuestro Grupo Podría Ser Tu Vida, aunque no aborde, en ningun momento, la carrera de la banda. Es una época de una tremenda efervescencia creativa, en la que tanto el mainstream como propuestas más minoritarias van a intentar subvertir y encontrar los limites de sus propias posibilidades. Solo por citar algunas obras, es el año del End of The Century, del Remain in Light, del Songs the Lord Taught Us o del Crazy Rythms, todos ellos hoy dentro del canon y verdaderos documentos de un tiempo de creación absoluta.
Pues bien, este disco vendrá a sentar las bases de un sonido, el punk, que se mantendrá vigente hasta nuestros días y lo hará con una serie de elementos que son tan únicos, como interesantes. Dejando de lado la ironía, la critica descarnada y la poca seriedad de sus letras, que le valdrán mas de un problema como el juicio por Holidays in Cambodia, a nivel de sonido representan todo un puñetazo en la mesa. Fuertemente influenciados por el garaje y el surf de finales de los 60, tienen una base rápida, por momento vertiginosa, que se acelera hasta unos niveles inusitados aportando una frescura y una potencia que no se hace nada pesada. Esto plantea una linea divisoria con Black Flag, cuya propuesta es muchísimo más densa, pero también romperá con la herencia de Iggy Pop y de los Stooges, acercándose muchísimo más al sonido de los Ramones. Sin embargo, lo más curioso de todo lo que proponen es que, a la vez, suena a un punk de corte ingles solido y perfectamente bien engrasado.
De esta forma, Dead Kennedys rinden homenaje al mejor punk británico y construye una nueva tradición en los USA que pone de manifiesto una continua y prolífica relación de ida vuelta y representa un peldaño más en la construcción de un sonido que hoy sigue igual de vigente y que ha dado algunas bandas con un éxito notable. Este, es un disco imprescindible para comprender lo que es el punk y qué lo hace tan único y especial. Pura emocionalidad al servicio de una forma y un mensaje tan concreto, como sencillo y directo.
Los Planetas: #34: Una Semana en el Motor de un Autobús (1998) y #38: Súper 8 (1994)
Y de Dead Kennedys, llegamos a Los Planetas. Si pudiese volver en el tiempo, desdiría casi todo lo que he dicho de ellos. Me arrepiento, y mucho, de no haberlos escuchado antes y de no haber valorado la potencia y la calidad que alcanzaron como grupo. Suyos son, sin atisbo de duda, algunos de los mejores discos de cuantos se han hecho en el estado español y, estos dos son una cima difícil de superar. Su potencia reside, en primer lugar, en las influencias que movilizan. Son claras y evidentes las aportaciones de Pavement o de Dinosaur jr, de Jesus and Mary Chain, así como un deje a Sonic Youth, especialmente en las canciones largas donde dan rienda suelta a la experimentación, pero también por momentos se dejan influenciar por el sonido de los primeros Radiohead. En definitiva, en la construcción de su sonido se aprecia de una forma clara toda una ristra de influencias, indies y slacker en su mayoría, que hacen que la escucha se torne en una experiencia placentera y rica, llena de matices y de elementos a los que prestarle atención y de los que sacar muchas cosas en claro. Todo esto, sin hablar de la riqueza de su propia idiosincrasia, que es lo suficientemente contundente como para tener entidad propia. A pesar de que la voz sea un horror, de que las letras a veces sean demasiado petardas, de que su figura haya envejecido un poco mal, de sus discos malos, de las cuitas de twitter y de casi todo lo que representan, siguen siendo relevantes y eso ya es mucho para una banda indie de Granada de los primeros 90.
La primera vez que escuche Super 8, fue un flechazo. Amor a primera vista. Desde los primeros acordes del primer tema, me sumí en un estado de éxtasis, a lo Santa Teresa de Bernini. Las influencias que mueven en este debut, ya por si mismas, son algo con lo que experimento una filiación muy profunda, pero, además, le añaden una serie de capas de intensidad propia que me es aun más cercana y que me habla de una forma tan directa como inconsciente. Incluso llegan a sonar al rock español ese que pobló mis primeros años de descubrimiento y que coinciden en fechas claro.
Esta conjunción de elementos única, este dialogo entre lo de aquí y lo de fuera, esta traslación de elementos a lo largo de toda mi biografía, el recuperar cosas que escuche después y hacerlo colisionar con cosas que me gustaron antes, hacen que el transitar de Super 8 se convierta en una experiencia en la que muchas cosas van adquiriendo sentido, tanto hacia delante, como hacia detrás. Me ayuda a entenderme, a recordar de donde vengo, quien soy, porque los he odiado toda la vida (porque me gustaban, pero también a los modernos que tanto denostaban lo que a mi me gustaba) y, tantas otras cosas que seria incapaz de explicarlo solo con palabras. Pero que, claramente, se mueven cuando me lo pongo. El poder de este disco, de lo que tiene dentro, pasa por hacerme sentir un poco más dentro de mi y eso es algo que no puedo más admirar. Super 8 es un disco absoluto. El mejor disco de la escena indie española y un artefacto tan irrepetible como inesperado.
¿Irrepetible? Quizá no tanto. Todo lo bueno, todo lo que valía ser rescatado y ensanchado, lo encontramos en Una Semana en el Motor de un Autobús. Un sucesor tan digno como apabullante. Un poco menos slacker, con una propuesta más solida y con un sonido más pulido Una Semana, cierra esta dupla llevando el sonido de Los Planetas a nuevos territorios. Si, es verdad que la ambición y aparente sencillez de super 8, así como ese aire de novatos totales, dan paso a nuevas construcciones y texturas mucho más elaboradas y ambiciosas, pero nada de eso le quita interés. Más bien al contrario, Una Semana es un disco solido y representa, para mi, la cima más alta de su carrera.
Aunque Personalmente, lo aprecio un punto menos que el primero, sigo prefiriendo lo destartalado de Super 8, es un disco memorable que merece, sin duda, toda nuestra atención.
#35: Shellac - To All Trains (2024)
Dos semanas después de su partida y diez años después de su ultimo disco, nos llegaba el esperadisimo nuevo álbum de Shellac. Esta reseña marca el punto de despedida con Albini, al menos durante un tiempo. Seguro que volveré a hablar de el, porque deben quedar discos producidos por salir aunque no, con el como músico. En lo personal, dada la admiración y el amor que siento por Albini y su banda, me cuesta mucho acercarme de una forma objetiva y libre de condicionantes. Es el ultimo disco que escucharemos de Shellac y eso es algo muy doloroso. Ya he tenido ocasión de ahondar sobre las bondades de la banda, sobre el Albini, o sobre su relevancia en el mundo de la música en los últimos 30 años, así que voy a centrarme en exclusiva en To All Trains. Si con los otros discos que he comentado hasta ahora, el ejercicio de vuelta, consistía en una bienvenida, en este caso es una despedida.
Desde mi punto de vista, este disco se sitúa en la parte baja de la carrera de Shellac y se encuentra un par de peldaños por debajo de los grandes discos del grupo. Pienso, en especial, en 1000 Hurts (mi preferido), en Dude Incredible o en su tremendo debut At Action Park. Se les nota cansados y algo falto de inspiración, me inclino a pensar que el larguísimo periodo de gestación le ha pasado factura al resultado final. Sin embargo, que mis palabras no nos lleven a engaño. No es, para nada, un disco en piloto automático, como era por ejemplo el disco de J Mascis. Más bien al contrario, Albini tiene la ideas claras y sabe perfectamente lo que quiere hacer y el sonido que busca, tan solo no está tan inspirado como otras veces y es que, Shellac, nos tenia acostumbrados a la excelencia.
Aun con todo, resulta muy interesante jugar a vislumbrar el camino que se iniciaba en este disco y que representaba una brecha hacia nuevos territorios. La banda abrazaba su legado no desde la nostalgia, aunque está un poco presente a lo largo de los 28 minutos que lo componen, sino desde un sentido homenaje a la escena de la que ellos mismos emanan y la reivindicación de todo aquello desde la posición que hoy ocupan. Hay voluntad de traer de nuevo sonidos del hardcore y algo de la abrasión y la fiereza de los Shellac de siempre. Son especialmente interesantes, y contundentes, las partes rítmicas de Albini, que recuerdan directamente a Big Black unos cuantos años después. Aunque también hay cierto aire crepuscular en todo el conjunto, pero no sabría identificar si eso está presente o es mi propia percepción. En general, suenan más precisos, más contenidos y menos emocionalmente desbocados. Es posible que no sea su mejor disco, es posible que empequeñezca frente a otros, pero, aun así, es un disco de Shellac con todas las de la ley. En lo personal, creo que sintetiza bien el legado del grupo y, aunque abra un camino que no sera recorrido, el de la vuelta al origen, sirve dignamente de epitafio no deseado para una banda que voy a echar mucho de menos. Gracias Steve, por tanto.
Para la semana que viene:
#31: Maruja - Connla’s Well (2024)
#36: Beth Gibbons - Lives Outgrown (2024)
#37: Captain Beefheart - Safe as Milk (1967)
#39: Ufommamut - Hidden (2024)
#40: Ulcerate - Stare Into Death And Be Still (2020)
#41: Smlrc - A Lonely Sinner (2024)
#42: The Jesus And Mary Chain - Psychocandy (1980)
La foto de la portadilla es de Lee Campbell en Unsplash