Esta semana he tenido la oportunidad de recuperar un poco el flujo normal de las cosas y he podido poner un poco de orden a mi, ya de por sí caótica, cadencia de escuchas y nuevos descubrimientos. Tal y como se puede ver, he recuperado algunos de los discos que había dejado pendientes y he añadido los que he escuchado esta semana, dando una cuenta un poco más clara y real de lo que he ido escuchando recientemente. Lo que, sinceramente, me da mucha tranquilidad.
Como anécdota, he recuperado el lector de CDs que compré de segunda mano, dando otro pasito más en la recuperación del offline. No tengo nada en contra de internet, como herramienta, mi problema es con las corporaciones, los algoritmos y las dinámicas de explotación de la identidad. Cada día que pasa, estoy más convencido de la necesidad de desligarnos del mundo online, hay algo muy roto en eso de convertirse voluntariamente en mercancía y ofrecernos, gratis, para el engorde del algoritmo y el consumo onanista de los demás. Sin ponerme ludita, o si, cada día me siento más parte de la escena esa de Pinocho, cuando se convierten en burros y en cerdos. No es que el CD, o el iPod, vaya a cambiar esto, pero si que ayuda a ir cortando cuerdas y permite reimaginar el mundo como era antes de la llegada de todo esto y eso, bien mirado, no está tan mal.
Hecho mi alegato, esta semana he centrado mucho mi atención en Bob Mould, otra vez. Mi pasión por su obra, se remonta a hace muchos años y siempre, cuando llegan los primeros momentos del verano me acuerdo de él. Además, he retomado las novedades que han ido saliendo, dedicando un poco de atención al disco de Thou de este año, al de MONO, al de John Cale y al de Ulcerate. No voy a hablar de todos hoy, porque quiero terminar de cerrar lo que dejé pendiente la semana pasada. Por ejemplo, el de Thou, lo comentaré junto con los de Ulcerate, la semana que viene y el de John Cale me ha gustado tan poco, que no creo que merezca que le dedique más tiempo. Sencillamente no es un disco para mi. El de MONO, por su parte, sí que lo voy a abordar. De esta forma, a lo largo de este informe trataré los de Redd Kross y los de The Posies, dando un cierre digno a mi etapa power pop, junto con los dos de Bob Mould que he estado escuchando esta semana y añadiré algunas notas con el disco de Morphine. Sé que es mucha cantidad, pero voy a intentar ir al grano y no liarme, porque quiero, de verdad, que no se me escape nada.
Redd Kross - #43: Neurotica (1987) , #44: Third Eye (1990), #45: Phaseshifter (1993), #46: Researching the Blues (2012).
Hace muchos años, en el 2007, tuve un enganchón muy fuerte con la banda sonora de Juno, la película de Jason Reitman y Diablo Cody. En su propuesta, hay un subtexto generacional que me impactó mucho en su momento. Son pocos, muy pocos, los artefactos que hacen dialogar el universo millenial, representado por Michael Cera y Elliott Page, con el de la Gen X, con Jason Bateman y Jennifer Garner como portavoces. Podrían haber elegido muchos acercamientos, pero lo vehiculan utilizando la música como hilo conductor. La elección para abordar el problema de inmadurez de Bateman gira, constantemente, a través de un diálogo continuo entre los referentes musicales, los ídolos y el conflicto de lo indie utilizando todo esto como una metáfora que permite ahondar en los pormenores de hacerse mayor. Hay una escena absolutamente maravillosa, pintando la habitación del futuro bebe, en la que Garner lleva una vieja camiseta, ya raída y sucia, de Alice in Chains, mientras que Bateman sigue vestido de chico grunge, inmaculado. En lo personal, no puedo dejar de ver una impugnación bastante violenta de todo un estereotipo de lo masculino y de una forma de entender el mundo, especialmente si tenemos en cuenta el discurso general de la película. No en vano, se cierra con esa preciosa versión de Moldy Peaches, cantada a dos voces, dejando el testigo a una generación millennial que nunca será.
El caso es que, en un momento dado, el personaje de Bateman le dice a Juno que la versión de Superstar de los Carpenters que hacen Sonic Youth es la mejor canción de la historia de la música. Un poco exagerada la afirmación pero lo suficientemente vehemente, en este caso yo me identificaba con el papel de Juno, como despertar mi curiosidad y mis ganas de conocer. No la había escuchado nunca y no tenía ni idea de a qué sonaba, aunque ya había escuchado por aquel entonces el Daydream Nation (1988) y ya había visto a Sonic Youth en directo un par de años antes. Así que me puse manos a la obra. Una cosa me llevó a la otra y, un par de discos de Kimya Dawson después, llegué al recopilatorio de versiones de The Carpenters. Allí estaba, esperándome, Yesterday Once More de Redd Kross, a la que me enganché casi más que a Superstar. Aunque, como es bien sabido, esta última, sea la mejor canción de la historia. Y así, en los años previos a Spotify, cuando todo eran mp3 de 256, p2p, blogs de música y Megaupload, empezó mi relación con Redd Kross. Años después sacarían el Researching The Blues y yo los vería en directo y, posteriormente, me olvidaría de ellos durante muchísimo tiempo, como antes me pasaría con The Feelies y con tantos otros, hasta hace un par de semanas que me los volví a poner otra vez y volví a enamorarme.
Obviamente, cuando escuché el Neurotica en el 2007, no entendi nada. A veces, me resulta increíble cuanto he llegado a alienarme de las cosas que más me gustan y más me mueven, precisamente por eso. Algún día abordaré esta cuestión largo y tendido. Por ahora, volviendo a 2007, en efecto, no entendí nada, aunque supe que había algo que me gustaba. Aún hoy, me sigue gustando mucho. Cuando nos enfrentamos a la carrera de una banda con el renombre y la influencia que tienen Redd Kross, o Sonic Youth que he mencionado antes, es muy importante no perder de vista todo lo que están movilizando. Hay miles de elementos diferentes que componen sus propuestas y es muy complicado pillar lo que están haciendo, sin conocer y sin haber escuchado muchísimas otras cosas. No se trata de hacer deberes, para nada, he defendido aquí, y lo seguiré haciendo, el acercamiento emocional a la música, tan solo me refiero al hecho de hacer consciente esa emoción y poder entender lo que estamos escuchando, de donde viene. En ese ejercicio, es donde verdaderamente entendemos y aprehendemos la esencia de cada disco y cada propuesta. Redd Kross, por ejemplo, han ido adoptando diferentes paradigmas sonoros y adaptándolas a su particular concepción de la música a lo largo de todo este tiempo, aunque siempre con una fuerte predilección por las guitarras potentes que les caracterizan y partiendo de una concepción concreta y personal del power pop, de ese que linda con el hard rock de los setenta y dialoga con el garage rock y el glam, además del punk, obviamente. Aunque, incluso, se atreven a juguetear con el grunge.
En este sentido, la trilogía que forman Neurotica (1987), Third Eye (1990) y Phaseshifter (1993), para mi, es toda una cima de un grupo que tenía bastante cosas que decir. Tres discos espectaculares, llenos de pasajes de guitarras apabullantes, de saber hacer y de altas dosis de ironía y poca seriedad. No conozco los pormenores de la banda, ni estoy demasiado puesto en su contexto, pero a nivel de sonido me parecen tres discos dignos de mención. Coetáneos a los Replacements, con quienes tienen algunas similitudes a nivel de sonido, Redd Kross son mucho más sucios que los grandes referentes del power pop más clásico, Big Star por ejemplo, de ahí que se caigan por el sumidero del punk, pero también cuentan con un fuerte componente guitarrero muchísimo más duro, llegando a recordar a una versión más bastarda de Cheap Trick en particular o del Glam en general. Aunque lo que más vibra en su propuesta, sin duda, son las melodías pop en su sentido más cercano a los Beatles, referentes absolutos de toda su generación. Podrían haber sido Guns n' Roses, pero eligieron reinventarse en cada disco.
Cuando digo reinventarse, no me estoy refiriendo a una profunda metamorfosis, más bien a hacerlo siempre dentro de sus propios parámetros, moviéndose lo suficiente como para dar una impresión diferente, pero nunca perdiendo sus señas de identidad más importantes. Incluso cuando Steven McDonald reconstruya el White Blood Cells (2002) de The White Stripes para añadirle el bajo, seguirá sonando vagamente a Redd Kross. Por tanto, asomarse a su carrera es hacerlo a una forma muy concreta de entender las cosas. Esto es, quizá, uno de los elementos más interesantes del todo que conforman estos tres discos.
El primero, Neurotica (1987), es probablemente su disco más punk y también su disco más destartalado. Bien imbuido de la efervescencia juvenil de finales de los 80, a dia de hoy creo que no ha habido una época más interesante y más prolífica que esta, el disco representa, junto con otros tótems como Evol (1987) de Sonic Youth o Superfuzz Bigmuff (1988) de Mudhoney, un importante revulsivo a nivel sonoro. Con este último, además, comparte ciertas raíces, especialmente en el garage primigenio sesentero, aunque el resultado final sea un poco diferente. Allí donde Mudhoney es puro músculo y puro nervio, Redd Kross optará por la exacerbación y lo hortera del glam. La sobreactuación, por otro lado, se terminará convirtiendo en una de las marcas de la casa y uno de esos elementos divisivos que hacen que los ames o los odies. He llegado a ver que se refieren a ellos como los ASAJA del power pop. En fin. Con todo, yo creo que es un discazo rotundo, pero quizá es donde suenan más vulgares. No obstante, no deja de ser un disco de juventud, toda un puñetazo en la mesa a golpe de guitarrazos y arreones eléctricos de lo más contundentes, aunque con un discurso general poco cohesionado y aun algo falto de coherencia.
La coherencia y el discurso que le falta a Neurotica (1987), lo encontramos en Third Eye (1990). Para mi, casi con toda seguridad, su mejor disco y donde mejor suenan pero, sobre todo, donde más cómodo y más a gusto se les escucha. Todo está exactamente donde tiene que estar y suena como debe sonar. Sin embargo, también es su disco más glam y menos punk garagero, restandole a mi juicio un poco de interés. Este último hecho hace que siempre me terminé decantando por el primero, aunque no deja de ser otro gran disco. Lo es, además, tanto por sí mismo, como por la manera en la que dialoga con los otros dos.
Esta gran trilogía se cierra con Phaseshifter (1993), publicado después del estallido de Nevermind (1991), en plena ola grunge y, en especial, en la época del dominio del big four. No en vano, se publica en el mismo año que Vs. (1993) de Pearl Jam, In Utero (1993) de Nirvana, un año después de Dirt (1992) de Alice In Chains y un año antes de Superunknown (1994) de Soundgarden. Estos 4 discos, sentarán las bases de un sonido que se lo llevará todo por delante y cuya influencia sólo se verá cercenada por la reacción nu metalera.
Redd Kross decide no quedarse atrás y, otra vez, se adelantan a los acontecimientos concibiendo un disco que desafía los límites del rock de su época, apropiándose de muchos de los elementos del grunge, para llevarlos a otros, y no tan desconocidos, terrenos. No serán los únicos en hacerlo, en ese momento otras bandas como The Posies estaban empezando a despuntar, Stone Temple Pilots tardará un año en publicar Purple y tanto Mudhoney, con Every Good Boy Deserve Fudge, como Soundgarden, con Badmotorfinger, ya habían intentando alejarse de ciertas propuestas más ramplonas y hard rockeras, especialmente tras los batacazos anteriores, con Mudhoney (1991) y Louder Than Love (1989), para abrazar su lado más garagero. Todo esto para explicar que el sonido de Phaseshifter no es algo nuevo, ni tampoco especialmente original. Estaba ya, desde antes, en el zeitgeist y fue una de las expresiones primigenias, y más interesantes, de lo que luego se llamó rock alternativo y desbordó en el grunge original. Lo más interesante, para mi, es ver cómo llegamos a un sonido que suena a grunge, pero que en realidad no lo es, no bebe de las mismas influencias y tampoco sigue la misma evolución. Tan solo, en ese preciso momento, sonaron a algo muy parecido. No en vano, Phaseshifter es el hijo entre los Ramones menos punk y los Queen más afectados. Vamos, lo peor de cada casa y, sin embargo, suena increíblemente bien. El saber hacer, la impresionante factura de las guitarras de los McDonald y la siempre sugerente ironía de todo el conjunto dan como resultado una obra tan única, como apreciable. Incluso, pasados los años.
Cierra el capítulo de Redd Kross, el Researching the Blues (2012), publicado quince años después de la disolución de la banda. En lo personal, es uno de mis favoritos y, probablemente, al que más veces he vuelto, en parte porque es el que publicaron cuando yo ya los conocía. A nivel de sonido, ya no tienen nada que demostrar y se dejan llevar por sus devaneos más guitarreros, dando lugar a un disco que es el más punk de todos, pero también haciendo suyo un garage que no recuperaban desde los primeros años de la formación. Así pues, suenan fuertes, rápidos, seguros, se lo pasan muy bien y eso se nota. Es un disco muy disfrutón, aunque con mucho menos que contar que la trilogía que he comentado. Si Neurotica era el disco de juventud, Third Eye su versión más consistente y Phaseshifter un experimento de lo más curioso, Researching es Redd Kross divirtiéndose con las guitarras, los solos y dando rienda suelta a la horterada. A mi me encanta.
Volverán el viernes que viene (28/06) con un nuevo disco. Estad atentos, porque daré buena cuenta de él en cuanto caiga en mis manos.
#43: The Posies - Frosting on The Beater (1993) #44: The Posies - Amazing Disgrace (1996)
No me voy a explayar tanto con The Posies porque ya está casi todo dicho. Si Redd Kross son una rama del power pop, la que tiende al glam y desemboca en el hard rock, The Posies son uno de los representantes noventeros de la otra, la que desciende directamente de Big Star (1972), sigue con Sugar (1992) y terminará transformando en el llamado pop punk. Personalmente, soy menos fan de estos sonidos. A mi me va mucho más lo chungo, lo hortera, el feísmo y los solos de guitarra, cosas de haber crecido al amparo del Paranoid (1969) y el Fun House (1970), pero hay verdaderas joyas que desempolvar en toda esta jungla. Normalmente, se suele señalar que el power pop es un sonido monolítico y poco dado a la variedad y, sinceramente, nada más lejos de la realidad.
Por tanto, otra vez, nos situamos en los segundos 90. De entre todos los discos que se publican en aquellos años, dos de los más interesantes, al margen del Blue (1994) de Weezer y del Insomniac (1995) de Green Day de los que ya hablaré en otro momento, son, sin duda, la dupla que construyen The Posies con Frosting on the Beater (1993) y Amazing Disgrace (1996). Debo confesar que he intentado, por todos los medios posibles, resistirme. En las primeras escuchas no me terminaron de entrar y se me hicieron un poco bola, pero no he sido capaz. Con el tiempo dedicado y el pasar de las escuchas, he llegado a la conclusión de que son sencillamente buenísimos y, juntos, un documento valiosísimo de una parte mucho menos accesible de la música de los 90, aunque no necesariamente menos mainstream. En aquellos años el mainstream parte en tantas direcciones a la vez, que es prácticamente imposible aprehender todo lo que ocurre.
La clave del sonido de The Posies pasa por hacer convivir una serie de melodías de corte pop, una reinterpretación de la tradición de Big Star y las grandes bandas de power pop, y hacerlo convivir con el desasosiego que, de nuevo, pondrá de moda el omnipresente Nevermind (1991). De esta forma, conviven en una misma pista la delicadeza esteta de Big Star y la mugre de la ansiedad de Nirvana. Llegados a este punto, puede parecer que estamos dando vueltas, en círculos, alrededor de las mismas ideas y es cierto. Sin embargo, aquí se introducen algunos elementos que van a marcar una clara diferencia, intuible en Frosting (1993) y patente en Amazing Disgrace (1996). A diferencia de lo que ocurría en el caso anterior (Redd Kross), The Posies no bebe del hard rock, aunque en su cosmovisión hay influencia grunge y, por tanto, se filtra algo de hard rock. Aquí no hay ni gota de glam, ni gota de solos, ni tampoco nada excesivamente hortera. Aquí, late la pulsión pop que ya residía en el hardcore de Hüsker Dü y, en especial, de Grant Hart, a quien le dedicarán una canción que podría ser firmada por los propios Green Day.
Frosting on the Beater (1993) es un disco bonito, cuidado y bastante estético. Si bien es cierto que no responde, de una forma canónica, a los postulados del pop, hay bastante hibridación. Es, por tanto, evidente que se nutre de las enseñanzas de los grandes maestros. Es importante, entender que los 90 y, en concreto, la generación que emerge post Nevermind, es tremendamente deudora de los Beatles. The Posies, que son de Seattle, no son una excepción. En este primer disco, que es su tercer álbum, suenan certeros, aunque también contenidos. Por momentos, da la sensación de que se preocupan mucho más por hacerlo bonito y dejan la emocionalidad un poco de lado, generando una experiencia que, la verdad, es altamente disfrutable y cómoda, algo que no se podrá decir de otros discos coetáneos y, sobre todo, de Amazing Disgrace (1996). Es lógico que, con el paso de los años, sea el disco que más éxito ha ido concentrando a su alrededor. El canon, en general, gusta de los artefactos completos y bien hilados y este, con ese acercamiento suave al grunge de Seattle, la transformación power pop y la producción de Don Fleming, sin duda lo es. En lo personal, es una obra preciosa e hipnótica desde sus primeros acordes. Aunque, quizá, lo que más me interesa es su posición como llave de paso entre el Copper Blue (1991) y todo lo que ocurrirá con el pop punk. Aquí, justo en esta intersección, es donde brilla Amazing Disgrace (1996). Un disco un poco menos compacto que el anterior, pero lleno de ideas y de ambición. No en vano, se dan cita, todos los que ya estaban invitados previamente y, ya que estamos, se suman a la fiesta miembros de Cheap Trick, dando lugar a un álbum tan descompensado como desafiante.
A día de hoy, soy incapaz de decidir cuál de los dos me gusta más. Son, ambos, grandes cimas de un sonido que se convertirá en la banda sonora de toda una era. Desde mi punto de vista, son dos discos que hay que conocer y a los que hay que dedicarles atención, porque en sus canciones encierran algunas de las claves que terminaran dando forma a muchas de las escenas que dominaran las siguientes décadas. No solo ellos, claro, pero su aportación, tanto por primigenia, como por su calidad es incuestionable.
#51: Morphine - Cure for Pain (1993)
El otro día, leyendo una vieja Heavy Rock del año 2000, me enteré de cómo había muerto Mark Sandman, cantante de Morphine. En el año 1999, durante un concierto en Italia, sufrió un infarto y se desplomó, en el suelo, para no volver a despertar nunca. Esta historia trágica, rodea de un halo místico a la obra de esta banda que es tan original como irrepetible.
Lo más interesante de su sonido, reside en que no tienen guitarras. La formación base, en trío, se compone de batería, bajo (de 2 cuerdas) y saxofón, siendo esta una de sus principales características. En una época, los 90, en la que la música se dividía entre los grupos de teclado y los grupos de guitarras (llevando el ejemplo al extremo), Morphine consigue encontrar el camino de en medio y dotarse de una personalidad propia y característica. A nivel de influencias, como la mayoría de los grupos de su época, hay mucho hard rock, cita a Jimi Hendrix o AC/DC, sin embargo será la influencia del jazz la que llevará la propuesta de Morphine a un nivel superior. De esta forma, su sonido recuerda un poco a lo que practicarán bandas como Pearl Jam, normal porque beben un poco de los mismos pozos, pero la personalidad que infunde lo sui generis de la formación conseguirá transmitir una calidez y una emocionalidad tan arrolladora como bella. Si algo es Morphine es, precisamente, bello.
Cure for Pain es su segundo álbum y, probablemente, su disco más celebrado. Materializa, no sólo la perfección del sonido de la banda, también el éxito comercial más allá del nicho que habitaban previamente. No en vano, su música ha llegado a infinidad de soportes, como por ejemplo, la BSO de Beavis and Butthead. La escucha de Cure for Pain, en un primer momento, resulta desafiante y cuesta ver aquello que lo hace verdaderamente único. En efecto, si uno no está informado, es bastante fácil escucharlo y llegar a la conclusión de que es otro disco de rock noventero. En lo personal, creo que el paso de los años no le hace demasiada justicia y tiene ciertos elementos que hoy se hacen un poco vulgares, en especial esa idea Low Rock que ha sido tan sobreexplotada.
Sin embargo, no hay que dejarse llevar por estas sensaciones iniciales. Una vez sumergidos en Cure for Pain y avisados de lo que nos vamos a encontrar, el disco es absolutamente precioso. A unos niveles que, creo, cuesta mucho transmitir. Resulta impresionante el trabajo que hace Sandman para conseguir que la batería acompañe a la voz y que el saxo sea, de verdad, capaz de integrarse en una banda de rock, como lo hace. Además, las influencias del jazz y el blues brillan con luz propia, consiguiendo una presencia omnipresente, pero no exigente. Es decir, nunca llega a hacerse con el disco, discurriendo tranquilamente a lo largo de los temas. Este último aspecto, para mi, es lo más fascinante de todo y lo que justifica que vuelva una y otra vez a perderme entre sus temas.
#53: Bob Mould - Bob Mould y #54: Bob Mould - Silver Age
Todas y cada una de mis incursiones en el power pop, terminan desembocando en Bob Mould. Es impresionante la deuda que tengo con él y como el hecho de haberme cruzado con Copper Blue (1992) en el año 2000, cuando yo tenía 15 años, ha determinado mi propia concepción de la música y de lo que me gusta. Ese disco, que mezcla una visión concreta del pop, la de Bob, con el mejor hardcore de los 80, el de Hüsker Dü, rezuma tanta angustia, tanta rabia y tantísima belleza en forma de ruido, velocidad y potencia que, creo, encontré mi pequeño lugar en el mundo. Sigo buscando, a día de hoy, la potencia y la pasión de aquellas primeras escuchas del Copper Blue (1992). Creo, sinceramente, que estoy escribiendo esto, empujado por esta búsqueda, por esa necesidad.
Pues bien, la obra de Bob Mould en solitario, ya lejos de Sugar y de Hüsker Dü, parece regirse un poco por el mismo patrón. El también se sigue buscando y sigue intentando contarse a sí mismo una película que le satisfaga. Aunque, sinceramente, no siempre lo consiga. Dotado de una sensibilidad tan especial, como concreta, su perfeccionismo y exigencia exacerbada le llevan a no siempre ser capaz de sintetizar lo que quiere transmitir, siendo él mismo, su peor enemigo. Aun así, tiene muchos discos reseñables y la factura de sus discos suele ser bastante notable. Son altamente recomendables Sunshine Rock (2019) y Blue Hearts (2020) o Workbook (1989). Sin embargo, creo que donde más me gusta es en Bob Mould (1996) y, sobre todo, en Silver Age (2012).
El primero, publicado tras la disolución de Sugar, se encuentra fuertemente influenciada por la banda. Quizá no es su disco más celebrado, la Rolling Stone le dió 2 estrellas, pero es pura verdad a golpe de power pop hardcorizado, un testimonio sincero de la forma de entender la música de Mould. Lo es, hasta el punto de que él mismo se lo hace todo. El compone las canciones, toca la guitarra, canta, toca el bajo, los teclados, se diseña la portada, etc. En fin, como él mismo dejara por escrito en la contraportada: este es para mi y vaya si lo es. Por lo general, este tipo de ejercicios de ego superlativo, suele caer mal y el disco no está exento de una ambición desmedida, una profunda descompensación y algunos momentos un poco menos interesantes. Sin embargo, en general, es capaz de llevarlo a buen puerto y entregar un disco que sintetiza muy bien lo mejor de su cosmovisión, con todo lo bueno y todo lo malo.
El segundo, Silver Age, se concibe durante la gira de celebración de los 20th de la publicación del Copper Blue (1992) y claro, de nuevo, la influencia de la banda se deja notar en el disco. Esto, para mi, lo hace brillar de forma casi automática y, en general, creo que termina convirtiéndolo en uno de sus mejores discos, si no directamente el mejor que ha hecho en solitario. Silver Age recoge todos los aprendizajes de una carrera larga y no siempre acertada y lo eleva a la enésima potencia. Bob, en esta ocasión, está tranquilo y convencido de que ya no tiene nada que demostrar y eso se agradece porque todo lo que no es ambición, se torna en creatividad desbordante. No se sale un milímetro de su lugar, pero da la sensación de que, por fin, ha llegado al puerto que llevaba buscando todo este tiempo. A juzgar por todo lo que sigue a este disco, parece que estoy en lo cierto.
Con todo, se trata de dos buenos discos a los que asomarse. Quizá, sin la ligazón emocional que yo siento con él, sean un poco más ramplones, pero siempre vale la pena hacerles una visita. En última instancia, la relevancia de Bob Mould, debería estar fuera de toda discusión.
#58: MONO - Oath (2024)
Cierro este informe con una nota rápida al disco de MONO. Para quien no lo sepa, se trata de otro de los grandes referentes del Post Rock, ese rock que se entrega a las capas de intensidad y los desarrollos estéticos tan característico del mundo de los primeros 2000 y Oath es otro de los últimos discos producidos por Albini. Yo he sido muy militante, tanto en el Post Rock, por el que a pesar de sus crímenes de guerra sigo sintiendo mucho aprecio, como de Albini, así que lo esperaba con cierta expectación.
Leía, en la tier de
de esta semana, que lo colocaban en el Meh. No lo voy a discutir. No deja de ser otro disco de post rock innecesariamente largo y sin demasiado que aportar. Dura una hora y cuarto, se compone principalmente de desarrollos etéreos de canciones eternas y, solo de vez en cuando, le infunden un poco de brío con unos pasajes de guitarra ultra molones pero escasos. Lo mejor del disco, está en la primera canción. Sin embargo, creo que es importante mencionar que, a pesar de no moverse absolutamente nada y hacer lo mismo que han hecho siempre, el disco está bien. En ningún momento funcionan en piloto automático, saben lo que están haciendo y, lo mejor, quieren hacerlo tal cual suena. Incluso, a veces, suenan verdaderamente inspirados.Tan solo, les lastra el post rock que, en 2024, se siente un poco pesado de más. Como género, creo, acusa una sobreexplotación de sus códigos fundacionales y una vulgarización de su sonido que, no siendo para nada el caso, hace que lo parezca. A mi juicio, Oath es café para muy cafeteros, pero un buen café al fin y al cabo.
Para la Semana que viene:
#31: Maruja - Connla’s Well (2024)
#37: Captain Beefheart - Safe as Milk (1967)
#40: Ulcerate - Stare Into Death And Be Still (2020)
#41: Smlrc - A Lonely Sinner (2024)
#42: The Jesus And Mary Chain - Psychocandy (1980)
#46: Stone Temple Pilots - Tiny Music… Songs From the Vatican Gift Shop (1996)
#47: Stone Temple Pilots - Purple (1994)
#55: Ulcerate - Cutting the Throat of God (2024)
#56: Fugazi - In On The Kill Taker (1993)
#57: Thou - Umbilical (2024)
Pd: La foto es mi copia del Copper Blue. Es un pequeño homenaje a un disco que, sin pretenderlo, se ha convertido en el absoluto protagonista de las ultimas semanas y, en concreto, de este informe.