Foto de Akshay Chauhan en Unsplash
Empecé a escribir este texto hace una semana y, justo después, la vida ocurrió. Al final nunca tuve la oportunidad de terminarlo. Por un lado, se me estropeó la lavadora y, de repente, estaba inmerso en todo un master de varios días en reparación de electrodomésticos. Al menos, conseguí que funcionase con un gasto mínimo. Más adelante, ocurrieron las Fallas y, hoy es martes y bueno, a deshora. Poco a poco, volveremos a ponernos a tono. Este informe, por tanto, cubrirá las dos últimas semanas, hasta el jueves de la semana pasada.
En otro orden de cosas, cuando empecé a escribirlo me dejé a medias un reflexión sobre ciertas tendencias de la industria cultural que me parecen de cierta relevancia. Hace relativamente poco, leí este artículo sobre el Tiktoker Oscarggc. En principio, no deja de ser una persona que comparte sus gustos musicales y que rentabiliza el contenido que produce como forma de ganar dinero. Al margen de las implicaciones menos positivas de esta actividad, que no vienen al caso, no tengo nada en contra de que la gente explote sus habilidades. Al fin y al cabo, yo hago lo mismo y cientos de otras personas también. Algunos ejemplos son Arturo Paniagua u Oski, entre los que no vería nunca, o Anthony Fantano entre los que sigo y disfruto habitualmente. Todos ellos, prescriptores y críticos musicales que utilizan las redes, con mejor o peor fortuna. Ahora bien, lo rompedor en este caso no radica tanto en el medio. Estamos en 2024 y hace mucho tiempo que las redes sociales dejaron de ser una novedad, para convertirse en un marco de referencia y, en definitiva, un régimen de acumulación de capital. Para mí, la principal novedad que se vislumbra, especialmente en el caso de los referentes españoles, es la connivencia con algunos de los referentes culturales boomers y, más concretamente, la parte más masculinizada del rock: el Cock Rock de grupos como Led Zeppelin o The Doors.
Dicho de otra manera, pasada la resaca del revival garage y del indie de N ola (indietex), especialmente en la península ibérica, vuelven los grandes próceres del rock a sentar cátedra y lo hacen de la mano de una generación Z que busca en los valores seguros de sus abuelos, la sanción de la buena música y de la alta cultura. Esto, sociológicamente, se explica de forma muy sencilla si atendemos a los procesos de diferenciación generacional: negar los referentes de la anterior y aprehender aquellos que se negaban. Si algo no tenía demasiada cabida entre millennials y x era el rock de padres. Sin embargo, en este caso, hay algunas implicaciones que me resultan muy chocantes y novedosas. Por un lado, la reivindicación de determinados discursos, en un contexto de fuerte cuestionamiento de género, encierra no solo la vuelta de lo boomer, también la asunción de un androcentrismo que se esperaba arrinconado y que ha encontrado una manera de volver reconvertido en un discurso socialmente aceptable. Esto no solo se observa en que ahora se escuche a Jim Morrison, también lo vemos reflejado en el sonido y las letras de muchos de los grupos que gozan de reconocimiento entre estos curadores (no en el caso de Fantano). No parece descabellado, por tanto, asumir que la vuelta de discursos de los años sesenta implica, necesariamente, una reacción en el terreno cultural aunque parezca que estamos frente a uno de los periodos de mayor libertad y apertura en lo social. Lo fue sin duda, pero para los estándares de la época, especialmente si atendemos a los diferentes elementos que forman el relato generacional, y esto es algo que no se debe perder de vista. Por otro lado la vuelta de lo físico y la inevitable explotación económica de la nostalgia y, en especial, la reemergencia del vinilo como fetiche de transmisión emocional y relación intergeneracional, sumado a los ingentes catálogos de bandas que tienen más de 40 años de trayectoria, sitúa a todos estos grupos en las mejores casillas de salida para seguir vendiendo discos a las nuevas generaciones de consumidores. Un paseo por cualquier tienda de discos generalista pondrá de manifiesto como las reediciones simples y de calidades discutibles se venden por precios de lo más abusivos. Por ejemplo, una copia del remaster del Revolver se vende en el Corte Inglés a 38€.
En conclusión, a nivel de consumo la industria cultural trae de vuelta a todos sus fondos de catálogos, cuya explotación es verdaderamente barata y el riesgo es mínimo, y saca músculo gracias a la legión de prescriptores y sus hashtags #loboomersiguemolando. Mientras, por otro lado, se asegura la pervivencia de determinados discursos políticos y sociales mucho menos peligrosos y combativos, especialmente en la cuestión de género, establecimiento un nuevo discurso que, en un ejercicio gatopardiano, sirve de cuello de botella para determinados postulados y determinadas formas de expresión que se les escapan, bien por habitar en los márgenes, bien porque son demasiado complejos de explotar, bien porque, directamente, les cuestiona. Esto no deja de ser una tendencia y no creo que responda a la decisión voluntaria de nadie, hay muchos intereses en que ocurra, pero sí que implica la vuelta del rock de padres y eso es una cosa absolutamente nefasta. Yo no soy rockero, porque el punk es muchísimo más divertido.
Volviendo al tema que nos ocupa, tal y como comentaba al principio, ha sido todo un desastre y he escuchado muchísima menos música de la que yo quería ¡Incluso han habido días en los que no he escuchado nada! En fin, poco a poco, volveremos a ponernos en marcha. A lo largo de estas semanas han salido algunos discos bastante interesantes como el de Adrianne Lenker y el de Waxahatchee, sobre los que hablaré la semana que comentaré el viernes, en exclusiva. En principio, me gustaba más el segundo, pero creo que el de Lenker me está ganando poco a poco. Hay algunas cuestiones en su propuesta que son realmente atractivas y que, creo, le hacen destacar de una forma notable. Por otro lado, mi querido y admirado Steve Albini anunció que, tras 10 años de parón, Shellac volvía a sacar un disco: To All Trains, el 17 de mayo. Me muero de ganas de escucharlo y he estado dando cuenta de sus anteriores trabajos, de forma intermitente, durante todo este tiempo. Sin embargo, los tres discos que me tienen absolutamente maravillado y sobre los que me gustaría hablar hoy son The Collective de Kim Gordon que se me quedó pendiente, Gestiones Fáciles de Sandré y Nuestros Mejores Deseos de Ramper, al que he vuelto estos días aprovechando la excusa de su fichaje por la discográfica Humo Internacional y la próxima reedición en vinilo.
Como de costumbre, mis discos pueden ser consultados en Bandcamp y la lista completa de lo que he estado escuchando esta semana puede ser consultada aquí. Sin más preámbulos, vamos a comentarlos.
The Collective (2024) - Kim Gordon
Este disco es ya una de las grandes sorpresas de este 2024, al menos para mí. Sinceramente, no esperaba menos de Kim Gordon, pero vamos por partes. Para quien no lo sepa, se trata de la bajista de Sonic Youth, una de mis bandas favoritas y una de las pocas que, solo con pensar en ellas, me eriza el vello. Mi amor y mi deuda es tal que, como ese primer cigarro, sigo buscando la sensación que me supuso exponerme al imponente Daydream Nation. Huelga decir, por tanto, que mis expectativas sobre The Collective eran enormes. Por suerte, la intuición y el saber hacer de Kim Gordon son un valor seguro y, a sus 70 años, nos ha dejado uno de los mejores discos que yo recuerdo en bastante tiempo. El matiz de la edad no lo señalo por edadismo, no creo que eso sea una limitación para crear un disco increíble, lo comento como una prueba irrefutable de su enorme capacidad para entender la cultura, las tendencias, la creatividad y vislumbrar un futuro tan moderno, como adelantado. Todo en este disco es pura vanguardia y su escucha es una experiencia de lo más satisfactoria, aunque no siempre sea cómoda.
En términos generales, todo lo que hay en este álbum resulta reconocible e inevitablemente suena a un disco de Kim Gordon. Ya en el anterior, No Home Record, se adelantarán algunos de los aspectos que definen el sonido de este The Collective, aunque aquí se vean fuertemente potenciados. La fuerte vocación electrónica sirve de antesala a
para unas canciones fuertemente cargadas de una emocionalidad que destaca tanto por su potencia, como por ser despiadada con el oyente. A golpe de beats industriales y machacones, Kim escupe versos sobre el mundo de mierda en el que vivimos creando una sensación tan desasosegante como hipnótica. En lo personal, me resulta fascinante cómo ha sido capaz de deconstruir y hacer suyo determinados aspectos del trap, creando un disco con un sonido tan especial y tan propio que es capaz de dialogar no solo con su propia trayectoria, también con sus propios referentes. A pesar de su sonido oscuro y denso, a pesar del muro de ruido que proyecta, nada de lo que hay me resulta extraño. Activa en mi recuerdo un montón de cosas que me gustan y todo sabe a Nueva York y a los miles de sonidos que está ha acunado y, sobre todo, acunara. Desde los orígenes del Hip Hop, con nombres como Public Enemy o Beastie Boys, pasando por la no wave y la Velvet Underground, los propios Sonic Youth o incluso la omnipresente figura punk de nombres como Patti Smith o David Byrne, hay sitio para todo en The Collective. Aunque, lo más increíble de todo es que es capaz de proyectarse al futuro. A un futuro que aún no es, puede incluso que no sea nunca, pero ella ya ha sentado cátedra en este ejercicio de molar de una forma que muy pocos y muy pocas son capaces de alcanzar.
Quizá la mejor canción del disco, la que a mí más me gusta al menos, es I’m a Man. Su furia y su desgarro, la puesta en cuestión y todo lo que moviliza a nivel de la letra, además de su sonido potente y machacón hacen de él un tema formidable. También es muy interesante Psychedelic Orgasm que, para mi, representa uno de los mayores ejercicios de vanguardia de todo el disco y en el que más se aventura a sentar cátedra y marcarse todo un ensayo sobre lo que ha ocurrido en los últimos años y lo que debería ser el futuro, retomando determinados sonidos y retorciéndolos hasta convertirlos en algo completamente diferente. De todas maneras, todo el disco podría ser definido de esta manera, algo que da buena muestra de la maravilla que es y que pone de manifiesto la excelente factura del mismo. Sin duda, se trata de un disco de 10.
Gestiones Fáciles (2022) - Sandré
No había oído hablar nunca de este grupo, hasta que, de repente, supe que iban a tocar en el 16 toneladas el día 15 de marzo. Por razones personales, no pude ir, pero sí que les dediqué varias escuchas a sus discos con la idea de hacerme una idea de a qué sonaban y no me he arrepentido ni un solo minuto. Este disco, Gestiones Fáciles, es pura tralla y pura furia punk, trufada de costumbrismo, cotidianeidad, prisa, raca-raca y muchísima mala hostia. Vamos, para mi, todo lo bueno de la vida.
El grupo se fundó en Barcelona en 2018 y lo forman Rosa, Marc, Stefania y Carles. El nombre del grupo, Sandré, suena como Cendrer (cenicero en catalán) pero mal escrito, tal y como se escucha. Según comentan en la bio de BCore escribir mal es mejor que hacerlo bien, porque la perfección solo es anhelada por los mediocres. Esta declaración de intenciones representa de una forma bastante clara el espíritu de toda su propuesta. El discurso general del grupo se articula en torno a la idea de abrazar todo aquello que socialmente reprimimos y abandonar esa idea de perfección relacionada con el saber estar y con la contención para dejarse llevar por una emocionalidad tan desbocada como la que sugieren sus canciones. A través de sus temas invocan el ruido, la furia, la incomodidad, la vergüenza ajena, bailar, enloquecer y estallar en todas direcciones. Todo esto, tan característicamente punk, es lo que más me gusta de ellos y lo que me transmiten temas tras tema.
Gestiones Fáciles, corresponde a su segundo disco y es una muestra clara y cristalina de lo que estoy intentando comentar. Es pura furia punk, pero también hay mucha autoconciencia y mucha sorna. Tanto, que a veces cuesta no esbozar una sonrisa cuando espetan alguna salvajada en la que te ves reflejado. Porque si, no hay que engañarse, muchas de las cosas que gritan, nos pasan a todos y a todas y eso, ese sentimiento de purga, es lo que hace grandes a propuestas como la de Sandré. Aquí, además, vienen acompañadas de una demostración de músculo a mitad camino entre el punk de Beat Happening, ese que es inteligente y autoconsciente, pero muchísimo más furioso y el destartalado garaje de los primero Stooges, dando lugar a un disco que se disfruta mucho más dejándole tomar el control (la selección del término no es un accidente) que sentado en una silla escribiendo esta reseña. Canciones como Millones, y sus millones de cosas que hacer que te alejan de lo que quieres, o Perro y ese juego de palabras con el pero que nos decimos todos y todas para calmar la ansiedad de no estar donde queremos estar, son una prueba clara de todo esto. Sin embargo, la que para mí representa con creces el espíritu que pretende transmitir el disco es Malas y todas las cosas malas que, en el fondo, quiero tener en mi vida.
La paradoja de todo esto, es que Gestiones Fáciles es un disco perfecto. Perfecto en su imperfección. Un disco claro en lo conceptual y preciso en la ejecución y uno de los más potentes e interesantes ejemplos de buen punk que he escuchado recientemente.
Nuestros Mejores Deseos (2020) - Ramper
Cierro el informe esta semana con un disco muy especial y lo es, porque representa un compendio de algunos de mis sonidos preferidos y, a la vez, una potente actualización de los mismos. En términos generales, no estoy muy puesto en la trayectoria de Ramper como grupo, más allá de la noticia que he comentado sobre su fichaje por Humo Internacional y el hecho de que son de Granada. Así que, como en otras ocasiones, voy a centrarme exclusivamente en este disco, que corresponde a su primer y único largo hasta la fecha. espero, con ansia, la reedición del vinilo para hacerme con una copia.
Ya lo hemos comentado en otras ocasiones y hoy vamos a repetirlo una vez más. El emo, el hardcore y el post rock han tenido, y tienen, una segunda vida verdaderamente prolífica en la península ibérica y no son pocos los ejemplos. Tanto en circuitos más consolidados, como es el caso de Lisabö o Viva Belgrado, como en los más independientes, donde emerge este Nuestros Mejores Deseos, aunque no se inscriba de una forma monolítica y homogénea en ninguno de estos géneros, tenemos una escena bastante interesante y en plena efervescencia. Esta vocación, además, se enmarca en un contexto internacional que, gracias a la eclosión de la archiconocida escena de Windmill y en especial con el tridente que representan Black Country, New Road, Squid y black midi, sienta las bases de una serie de sonidos que ha sido muy exitosos durante los tres o cuatro últimos años. En este sentido, es interesante mencionar que el disco de Ramper llegará un año antes de todos los grandes discos de Windmill, adelantándose un poco a esta eclosión, aunque Ramper suene a muchas más cosas, además de los referentes de Windmill.
El disco se compone de un total de seis canciones, con una duración media que supera con creces los siete minutos y sube el total hasta los 52, contando con temas que duran once minutos. Estas medidas, a priori, generan cierto respeto y convierten toda la experiencia de la escucha en una actividad algo pesada. Es verdad, no estamos frente a un disco nada sencillo de escuchar ya que se encuentra lleno de matices y de detalles que requieren cierta atención, pero no por ello la experiencia se resiente o resulta menos satisfactoria. Fuertemente influenciado por el post rock, aunque no solo, las canciones de este disco van avanzando de una forma inexorable, como un rodillo que se va desplegando poco a poco y al que se le van añadiendo capas y capas hasta generar un paisaje único y lleno de riqueza. A veces es más sugerente y otras es más desolador, pero siempre es atractivo.
Uno de los elementos que más destaca en el disco, es el uso de los vientos. Este elemento, fuertemente presente en la discografía de bandas como American Football, que para mí representan una influencia clara y evidente, sirve de puente entre la tradición emo del midwest de Estados Unidos y la instrumentación propia de su Granada natal, dando lugar a un sonido tan particular como interesante. De esta forma, se consigue vehicular una emocionalidad muy cargada en la música, que va añadiendo cada vez más potencia, a medida que se le suman más y más capas, como lo hace en la tradición emo y post rock, pero que termina estallando en mil pedazos, en una sonoridad abrumadora y atronadora propia de una expresión mucho más mediterránea y emocionalmente desbocada. De esta forma, se construye un disco con un discurso clarísimo y de una factura notable tanto en la ejecución, como en los arreglos, especialmente si tenemos en cuenta que se trata de un disco debut.
Personalmente, Amalola destaca por encima de todo el conjunto y es el tema que aúna todo lo que he comentado. En esta canción de 7 minutos está todo condensado y es donde más y mejor brilla la propuesta de Ramper. En este sentido, es especialmente reseñable la versión que tienen en su Sesión Brava, de la que ya hablé hace unas semanas. Sin embargo, sería un error no mencionar temas tan redondos como Niña en Vela o Pánico en las Calles. Con todo, es un disco increíblemente interesante y altamente recomendado. Espero con ansias que vuelva con su segundo largo.